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José Martí, el ojo del canario, filme del director Fernando Pérez (Clandestinos, Madagascar, La vida es silbar, Madrigal, Suite Habana…) se suma a los que celebran el bicentenario de la independencia americana con una especie de biopiec sobre sus próceres. Cuba -y Fernando Pérez no tenía opción- participa con ¡Martí!, claro.La obra cinematográfica, estrenada en La Habana en el mes de marzo, con motivo del 51 aniversario del ICAIC, se mantuvo en cartelera tres semanas a lleno completo, en el emblemático cine Chaplin, con horarios muy flexibles que permitieron llenos completos en la sala desde las dos de la tarde, inclusive.
Palmas, éxito total y empatía con el espectador capitalino -no sabemos como le ha ido en provincias- hablan de la maestría absoluta, a prueba de altos riesgos de Don Fernando, hasta ahora, el número uno del cine cubano -con ICAIC o sin ICAIC- a más de contarse entre los grandes de este arte en el continente.
EL MISTERIO QUE NOS ACOMPAÑA
Audacia y astucia a la hora de resolver la puesta en escena marcan la diferencia: José Martí, el ojo del canario nos traslada a la ¿edad de oro?, del Apóstol. Martí niño, Martí adolescente: la atinada elección del artista sobre la formación de la persona que daría a Cuba la perenne llama del ser nacional, “esa almendra pura”, conforma una de las películas más valientes realizada en los últimos años en el país, tomando en cuenta que su discurso va dirigido a los más jóvenes en momentos de brutales confrontaciones tanto físicas como ideológicas entre los herederos o nietos de la Revolución y las anquilosadas autoridades del castrismo.
¿Cómo lo hace? Acompañado de su equipo de siempre -ese Raúl Pérez Ureta, maestro de la luz en la fotografía-, para alcanzar lo máximo en cuestión de atmósferas, tanto en interiores como en exteriores; la lograda, casi perfecta dirección de arte con que el pintor y escenógrafo Erick Grass recrea La Habana colonial, sus plazas y calles, sus cafés… el esplendor del teatro Villanueva, -una de las mejores escenas del filme-, a la par de la región campestre del Hanábana, con su trasiego de esclavos, su bochornosa trata. Como estampas, el filme se divide en cuatro estaciones o estados del alma y del cuerpo en formación: Infancia, Arias, Cumpleaños y Rejas. El guión del propio cineasta se basa en la ejemplar biografía del mártir de Dos Ríos escrita por Jorge Mañach y en los propios textos martianos, de manera tan obvia que es fácil reconocer en las imágenes, poemas, versos y prosa del memorioso Martí adulto.
La música es esencial, sobre todo en Arias, el segundo capítulo o “estado martiano”, cuando el adolescente es asaltado y conmovido por la Belleza: la interpretación de Casta Diva –ópera Norma de Bellini- debida a la soprano Bárbara Llanes, es una de las escenas más poderosas dado el logrado nivel estético alcanzado en la conjunción de fotografía, música y dirección de actores, en este caso, el niño Damián Rodríguez, atrapado por una cámara preciosista en el detalle (close up) y ambiciosa y totalizadora en el encuadre general, a fin de resaltar lo magnífico teatral que se devela a los ojos vírgenes.
Acogida con reticencia por no pocos funcionarios y sin acabar de convencer a la vanguardia juvenil que la acusa de “muy suave”, esta es una película para no perdérsela.
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