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Es interesante como el ICAIC (Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica) a tenor de favorecer- mediatizar y controlar- a los nuevos realizadores, evade casi toda responsabilidad con los viejos que aún están en activo, a saber: Fernando Pérez, Gerardo Chijona, Daniel Díaz Torres, Arturo Sotto, Rigoberto López, Rogelio París…prácticamente sus rodajes se dilatan en el tiempo y son compulsados a producir al estilo de los nuevos-buscándose su financiamiento, sus mecenas, quedando a la institución, solo el papel de prestación de servicios- y el de censor ideológico, claro-. Así, ellos “luchan”: Sotto hace documentales, mediometrajes –y no sabemos si algún spot publicitario de bien público-; a Rigoberto López, el ICAIC no ha podido, o querido, después de aprobarlo, permitirle el ¡Cámara! ¡Acción! , de su más ambicioso y segundo largo de ficción El Mayor.Fernando Pérez es quien con más constancia ha estado filmando, gracias a la productora española Wanda, que “le tiene fe”, como suele afirmar el cineasta. En este sentido, el caso de Humberto Solás, ya fallecido y considerado uno de los grandes cineastas cubanos, es paradigmático: luego de ocho años sin pararse detrás de una cámara de cine, al director se le dio la opción del digital-más barato para la industria, que no podía darse el lujo de comprar película virgen de 35mm. Y en menos de tres años, Solás realizó dos filmes de temática contemporánea, con un marcado tono de crítica social: Miel para Ochún y Barrio Cuba. Y casi podía haber rodado uno por año, si no hubiera estado inmerso en su célebre Festival Internacional de Cine Pobre, el Festival de Gibara, como se le conoce. En fin, ya es sabido que el cine, en todo el planeta, se hace con dinero, pero al de Cuba, también hay que sumarle lo que se llama por acá “voluntad política”.
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